miércoles, 22 de abril de 2015

SIN LAPIZ, NI PAPEL.



 Era  mi primer clase de residencia,  para la cual me había preparado tanto tiempo, he incluso practicado en simulacros hogareños, resultó que mis ensayos no contemplaron el factor sorpresa, en mis representaciones los educados poseían pertenencias, cuadernos, lápices, herramientas. Pues gran asombro me llevé cuando el cuaderno reclamé.
Qué pasó, me pregunté, en mi época obligación era el lápiz y papel. Fue allí que pensé, que hago, tanto que practiqué. Mi mente  se bloqueó por completo, me sentí retroceder al primer día de clase en el  profesorado  de educación primaria  no podía creer que no tuve en cuanta algo tan necesario.
  Recordé entonces las siguientes frases “siempre hay que estar preparado para lo inesperado”, “el alumno te puede sorprender”, “ninguna teoría leída describe la realidad vivida” y en una de las ultimas que pensé fue  “recién cuando des clases vas a aprender”. Evidente fue que ni clase di y me sorprendí.
Me encontré ante dos opciones, me retiro  o me convierto en docente, mire hacia atrás mentalmente y vi pasar todo mi sacrificio, mi tiempo y mi hacía por estar al frente de una clase, demostrando mi saber. Fue ahí cuando me dije “sea como sea pero hoy clases tengo que dar a como dé lugar”.
  Senté a mis alumnos en ronda, tome mi libro, comencé la lectura.   El silencio que había mientras leía era ensordecedor.  No sabía si era por la leyenda, por mi actitud, o si  ellos esperaban no dar clases por encontrase sin lápiz ni papel. A medida que la lectura se iba dando, me preguntaba en mi interior, ¿me estarán escuchando, o cantaran su canción favorita por dentro de tal forma que parezcan interesados? ¿Cómo voy a seguir después de la lectura?
  De pronto, como era de esperar, la lectura termino y ahí me encontré frente a frente con ellos, mis alumnos, mis oyentes. Comencé el dialogo con un simple ¿y? (al cual preguntaron casi a coro) ¿y qué? Dije entonces ¿y qué le pareció la lectura?  No lo podía creer, tenían  que hacer turno para hablar. Todos tenían algo que decir muy interesante, les había  gustado, se involucraron, participaron, se inspiraron. Para concluir les pedí que en sus domicilios hicieran un escrito con determinadas consignas sobre lo leído. En ese  preciso momento un chico del fondo levanto la mano, pensé que dudas tenía , por lo que pregunté: ¿en qué puedo ayudarte? Él me dijo que necesitaba sacar sus útiles del armario porque tantas consignas no las iba a recordar ¿del armario? Pregunte si  profe, ahí  guardamos nuestras cosas, como  nunca las ocupamos metemos todo ahí contesto.  Sentí que mis ojos se salían del rostro, entonces   conteste claro que sí adelante retírenlas.
 Cuando volví a mirar la clase todos estaban escribiendo. Dictaba  las consignas y ellos tomaban nota.
  Sentí que la decisión de llevar a cabo la  clase ese día fue la correcta, incorrecto fue prejuzgarlo, me sentí mal en vano, no era por mí, solo era la falta de costumbre de usar lápiz y papel en la clase  .
  Fue una de las experiencias más conmovedoras de mi profesión hasta el día de hoy, aclaro hasta hoy, por qué los alumnos siempre te pueden sorprender.

Por: Franco, Rocio Gimena





No hay comentarios:

Publicar un comentario