Era mi primer clase de residencia, para la cual me había preparado tanto tiempo,
he incluso practicado en simulacros hogareños, resultó que mis ensayos no
contemplaron el factor sorpresa, en mis representaciones los educados poseían
pertenencias, cuadernos, lápices, herramientas. Pues gran asombro me llevé
cuando el cuaderno reclamé.
Qué pasó, me pregunté, en mi época obligación era el lápiz y papel.
Fue allí que pensé, que hago, tanto que practiqué. Mi mente se bloqueó por completo, me sentí retroceder
al primer día de clase en el
profesorado de educación
primaria no podía creer que no tuve en
cuanta algo tan necesario.
Recordé entonces
las siguientes frases “siempre hay que estar preparado para lo inesperado”, “el
alumno te puede sorprender”, “ninguna teoría leída describe la realidad vivida”
y en una de las ultimas que pensé fue
“recién cuando des clases vas a aprender”. Evidente fue que ni clase di y me sorprendí.
Me encontré ante dos opciones, me retiro o me convierto en docente, mire hacia atrás
mentalmente y vi pasar todo mi sacrificio, mi tiempo y mi hacía por estar al
frente de una clase, demostrando mi saber. Fue ahí cuando me dije “sea como sea
pero hoy clases tengo que dar a como dé lugar”.
Senté a mis
alumnos en ronda, tome mi libro, comencé la lectura. El silencio que había mientras leía era
ensordecedor. No sabía si era por la
leyenda, por mi actitud, o si ellos
esperaban no dar clases por encontrase sin lápiz ni papel. A medida que la
lectura se iba dando, me preguntaba en mi interior, ¿me estarán escuchando, o
cantaran su canción favorita por dentro de tal forma que parezcan interesados?
¿Cómo voy a seguir después de la lectura?
De pronto,
como era de esperar, la lectura termino y ahí me
encontré frente a frente con ellos, mis alumnos, mis oyentes. Comencé el
dialogo con un simple — ¿y? —(al cual preguntaron casi a coro) — ¿y qué? — Dije entonces — ¿y qué le
pareció la lectura? No lo podía creer,
tenían que hacer turno para hablar.
Todos tenían algo que decir muy interesante, les había gustado, se involucraron, participaron, se
inspiraron. Para concluir les pedí que en sus domicilios hicieran un escrito
con determinadas consignas sobre lo leído. En ese preciso momento un chico del fondo levanto la
mano, pensé que dudas tenía , por lo que pregunté: ¿en qué puedo ayudarte? Él
me dijo que necesitaba sacar sus útiles del armario porque tantas consignas no
las iba a recordar — ¿del armario? — Pregunte —si profe, ahí
guardamos nuestras cosas, como
nunca las ocupamos metemos todo ahí —contesto. Sentí que mis ojos se salían del rostro,
entonces conteste —claro que sí
adelante retírenlas.
Cuando volví a
mirar la clase todos estaban escribiendo. Dictaba las consignas y ellos tomaban nota.
Sentí que la
decisión de llevar a cabo la clase ese
día fue la correcta, incorrecto fue prejuzgarlo, me sentí mal en vano, no era
por mí, solo era la falta de costumbre de usar lápiz y papel en la clase .
Fue una de las
experiencias más conmovedoras de mi profesión hasta el día de hoy, aclaro hasta
hoy, por qué los alumnos siempre te pueden sorprender.
Por: Franco, Rocio Gimena
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